sábado, 7 de mayo de 2011

El despertar de Kant



(Tomado de Los últimos días de Emmanuel Kant, de Thomas de Quincey).

Traducción: Cristóbal Joannon (2011)

Exactamente cinco minutos antes de las cinco de la mañana, en invierno o en verano, Lampe, el mayordomo de Kant, quien había servido en el Ejército, marchaba a la pieza del filósofo con un aire de centinela en cumplimiento de su deber, y gritaba en tono militar: “Señor profesor, ya es hora”. Kant obedecía de manera invariable este llamado, sin demorarse, cual soldado que ha escuchado una orden; nunca, bajo ninguna circunstancia, se permitió una tardanza, incluso después de haber pasado una mala noche –algo raro en él. Cuando el reloj indicaba las cinco, Kant estaba sentado desayunando. Tomaba lo que él llamaba una sola taza de té; sin duda él creía que era así, pero el hecho es que, debido a su habitual distracción o bien al propósito de mantener la bebida caliente, llenaba su taza varias veces, y así bebía dos, tres o más. Inmediatamente después se fumaba una pipa de tabaco (la única que se permitía en toda la jornada), pero tan rápido que dejaba hebras encendidas sin fumar.

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